¿UN NUEVO TRIUNFO DE LA SECTA DE LOS CIEGOS?
Poca gente habla hoy de Ernesto Sabato (sin tilde, según uno de sus
caprichos). Tuvo su mejor momento literario en los años ochenta, sobre todo
después de su labor como presidente de la Comisión Nacional sobre la
Desaparición de Personas. Pero las nuevas generaciones argentinas (Rodrigo
Fresán, por ejemplo) se burlan de él y, por lo que veo, casi nadie de menos de
cuarenta años le toma en serio. O al menos no tan en serio como a él le
gustaría. Una estudiante defendió una vez en mi clase que El túnel es poco más que una apología de la violencia de género, y,
aunque me parece un juicio excesivamente extraestético, cabe la posibilidad de
que la novela acabe pronto en el saco de la literatura patriarcal excluida de
los temarios universitarios.
Sabato intentó ser posmoderno con Abaddón,
el exterminador, pero lo cierto es que el siglo XXI no le está sentando bien.
Como José Donoso, otro escritor con pretensiones martirológicas, está perdiendo
comba con respecto a los que podrían ser sus homólogos –Rulfo, Onetti- y se
está acercando peligrosamente a ser un nuevo Eduardo Mallea. ¿Por qué? Seguramente
la respuesta no salvará ya a Sabato, pero a lo mejor nos ayudará a entender
algunas prioridades literarias actuales. Sabato ha pasado de moda ante todo
porque el metafisiqueo, como diría Cortázar, ya no interesa en la sociedad
narcisista en la que vivimos y en la que cada día, entre tantos signos que podemos interpretar, interesan menos
cosas como el cine en blanco y negro. Además, a Dostoievski se le aplica hoy un filtro de
Instagram y ya está; para todo lo demás, tenemos ídolos como Steve Jobs. El
último romántico fue Roberto Bolaño, pero los bolañistas en realidad quieren
puestos universitarios, adelantos sustanciosos, y, en todo caso, conocer el
sufrimiento únicamente a través de una pantalla.
Pocos escritores más obsesionados con el sufrimiento, la trascendencia y
lo absoluto (sea lo que sea eso) que Sabato, que en muchos sentidos es la
perfecta antítesis de Borges, con quien tuvo una relación digamos que no muy
buena, como tampoco la tuvo con Cortázar, a quien seguramente detestaba y al
que ataca de forma bastante clara en Abaddón.
De cualquier modo, Sabato ha caducado porque representa una literatura de
consumo difícil, amargosa incluso cuando quiere ser optimista (y llega a ser
beata, por momentos). Nada que ver con la literatura de aeropuerto que hoy en día
domina sobre todo en España, sea en su versión castiza (Pérez-Reverte), en la
filosófica-que-en-realidad-es-digresiva (Marías) o en la versión de
“izquierdas” (Cercas o Grandes). Aunque, bien mirado, hace mucho que la
literatura española adolece de escritores de la estirpe de Sabato, Donoso u
Onetti: apenas tenemos las rarezas a menudo geniales de un Sánchez Ferlosio.
La historia de la literatura está llena de vaivenes entre la gloria y el
olvido: son fascinantes desde el punto de vista del estudioso pero son
inquietantes para los propios creadores, que pueden sentir que la inmortalidad
es poco más que un pasaporte con fecha de caducidad que hay que renovar cada
cierto tiempo. Muchos delirios de grandeza han quedado testimoniados en
manifiestos, diarios y artículos y, por desgracia, aún funcionan como modelo
romántico; debe de ser por eso que cuesta tanto hacer leer a Bourdieu a los
estudiantes con pretensiones literarias. Lo peor es que la alternativa a ese
trascendentalismo inocentón ha sido la rendición hacia el mercado. Sin embargo,
qué entrañable candor el de un autor como Sabato, que sólo publicó tres novelas
en vida. Compárese con Marías o Vila Matas. Otros tiempos, otros hábitos. O habitus.
Yo le dediqué muchos años de investigación a Sabato y llegué a
familiarizarme con sus méritos y sus defectos. Sus últimos ensayos, publicados
en los años noventa, fueron francamente mediocres y repetitivos, sobre todo
teniendo en cuenta que toda su obra anterior ya pecaba de reiteraciones. Pero
en medio de tanta nadería consumista y tanto adanismo bobalicón, su literatura,
con todo y esos defectos, es todavía un subidón de pensamiento trágico.
En Abbadón el exterminador, Sabato, convertido metalépticamente en personaje literario paranoico, era perseguido por
la Secta de los Ciegos, que es la responsable del triunfo del Mal en el mundo.
Ahora podemos empezar a sospechar que la Secta tiene aún más recursos para
conseguir sus terribles objetivos.