"Yo no he muerto en México" (novela)

miércoles, 29 de noviembre de 2017

PRIMEROS RESULTADOS DEL EXPERIMENTO

La vida póstuma empieza a tener huella digital. El primero en hacerse eco de la publicación de la novela fue mi hermano en su blog. Puede decirse que era previsible, desde luego, aunque en la historia de la literatura no pocos hermanos escritores han acabado detestándose o ignorándose mutuamente. Su lectura, en este caso, ha sido fina y acertada (creo), pero no insistiré en ello para no menoscabar la objetividad que tan bien ha justificado en su entrada.
Y hoy me he despertado con la reseña de Domingo Ródenas de Moya en El periódico de Catalunya. Es una lectura igualmente sagaz aunque con argumentos –y eso me parece lo más interesante- bastante distintos.

Lo peor de esto es que puede malacostumbrar al autor a un nivel de satisfacción que seguramente es insostenible a medio plazo. Pero disfrutaremos mientras se pueda. Y daremos las gracias, como es de rigor.

domingo, 19 de noviembre de 2017

DEFENSA (MODERADA) DE LA CLASE MAGISTRAL

Hace unos meses tuve una especie de éxtasis inesperado. Entré por primera vez en el aula de la Universidad de Salamanca donde fray Luis de León impartía clase (y donde quizá tuvo como alumno a un tal Juan de Yepes) y sentí algo así como una epifanía docente, no exenta de placeres teológico-escolásticos desconocidos hasta entonces para mí. En aquel momento me embriagué de tiranía antipedagógica, de nostalgia por esos días de docencia jerarquizada, solemne y casi dramática, con estudiantes muertos de frío y pataleando para entrar en calor. Los días en los que el profesor tenía autoridad moral e intelectual y el estudiante no era un cliente caprichoso que exige estar entretenido mientras hace algo así como aprender a aprender. Los días en los que la academia anteponía el conocimiento a la utilidad laboral y la rentabilidad.
Mi ataque de reaccionarismo antipedagógico fue, desde luego, una fiebre pasajera; no tengo dudas de que la clase magistral de origen medieval es un anacronismo hoy y conozco perfectamente la tentación narcisista del poder docente, pero ahora que he empezado otro nuevo curso académico he vuelto a reflexionar acerca de la permanente presión que se ejerce en nuestros tiempos sobre los profesores para que seamos dóciles con el culto obsesivo a la innovación y la creatividad. Un culto que es sospechosamente cómplice no sólo de una ideología específica neoliberal, sino de los intereses económicos de los proveedores de contenidos didácticos y dispositivos tecnológicos, encantados de que cada año haya novedades y el profesor viva en el estrés perpetuo de tener que actualizar sin descanso sus técnicas docentes mientras se queda sin tiempo para actualizar sus propios conocimientos especializados. Y, por supuesto, sin aumentos de sueldo que compensen esos nuevos esfuerzos; en realidad, lo único que consigue es sentir cada día más el desprestigio en una sociedad que ha descartado las viejas convicciones ilustradas y que ha sustituido al profesor como modelo social para poner en su lugar a esa figura cínica del capitalismo que hoy toma  el sublime nombre de “emprendedor”.
La polémica sobre la supuesta revolución educativa que vivimos hoy es un tema muy extenso y han sido muchas las diatribas, por ejemplo, contra el Plan Bolonia y el Espacio Europeo de Educación Superior, ante los que sigue habiendo una importante resistencia oficiosa por parte del profesorado, que se combina a menudo con evidentes problemas administrativos y económicos para llevar a cabo lo que de bueno o malo tenga el nuevo sistema. Hablo, naturalmente, de la educación adulta y voluntaria, que es la que conozco, y no de la obligatoria, aunque muchos problemas y muchas tendencias son comunes ya. En cualquier caso, una de las cosas más irritantes es comprobar cómo los detractores de la clase magistral parecen pensar que los profesores nos dedicamos todavía a poner orejas de burro a los malos alumnos y a obligarles a memorizar los ríos de España y los reyes godos. Y que hay que pasar al lado completamente opuesto: una educación desdramatizada, lúdica, infantilizadora y falsamente hedonista, una asamblea del buen rollo que es la que supuestamente les va a preparar para el mundo generoso, altruista y nada dramático del capitalismo.
Otro de los pilares de la nueva ortodoxia falsamente igualitaria y democratizadora es por supuesto, la crítica al profesorcentrismo, grave obstáculo para la autonomía del estudiante. El profesor, al parecer, debe ser poco más que un facilitador de contenidos; sin embargo, yo diría que estamos sustituyendo ese profesorcentrismo por el googlecentrismo, donde los contenidos son fáciles, sí, siempre y cuando estén en las dos primeras pantallas de resultados de Google. Además, no sé si los partidarios de las ventajas inigualables de las nuevas tecnologías frente al método tradicional del cruel examen conocen los nuevos trucos que Internet ofrece para que el estudiante sea autónomo, y que han dejado obsoleto El Rincón del Vago. Véase aquí esta vergonzosa página web, que mecaniza de forma asombrosa la corrupción estudiantil. En cierto modo, ese es el final perfecto de la tan criticada pasividad del alumno.
Creo que una supervivencia razonada de la clase magistral tiene también sus argumentos políticos, como parte de una cierta ética resistencialista frente a determinadas nuevas formas disimuladas de alienación. La clase magistral y el profesorcentrismo pueden seguir siendo, en el ámbito humanístico sobre todo, esenciales para configurar modelos convincentes de discurso complejo que compensen tantos males actuales en la idílica “sociedad del conocimiento”: las fake news, por supuesto, o las tontamente llamadas posverdades (qué falta de imaginación con los prefijos), pero también el picoteo discursivo de las redes sociales, la fragmentación y la superficialidad de los textos comprimidos o descontextualizados, el desinterés por las mediaciones históricas del conocimiento, y en general la atenuación de la siempre incómoda razón crítica por una alegre razón de consumo. En ese sentido, la clase magistral modeliza un tipo de acceso al conocimiento que puede ser el último puente entre el griterío caótico de la sociedad digital y la erudición del sujeto autónomo capaz de captar y afrontar con prudencia la complejidad de lo real hoy.

No se trata de ser apocalípticos, pero tampoco de culpar a la educación tradicional de todos los males del mundo en virtud de un progresismo a veces casi fanático e intransigente. La educación no debe ser despótica y el profesor ha de ser autocrítico; sin embargo, no valen todos los experimentos por el mero hecho de ser novedosos. Como dice mi amigo Gabriel Wolfson, tú puedes mirar un cuadro de El Bosco y jugar a algo así como "buscar a Wally", y seguramente será muy didáctico. Pero eso no es El Bosco.

domingo, 5 de noviembre de 2017

TREGUA IMPRECISA

El procés no ha muerto, desde luego, pero sí ha cerrado un ciclo -seguramente su primer ciclo-, en el que se han cumplido finalmente algunas de las amenazas temidas y anunciadas desde hacía tiempo pero que en realidad hasta hace solo dos o tres años parecían inconcebibles. Dentro de esas amenazas, algunas han resultado más implacables que otras: es cierto, como se ha dicho ingeniosamente en la prensa, que el Estado ha liberado finalmente al Kraken –el artículo 155-, pero sus efectos administrativos parecen tibios y pasajeros en comparación con la intervención del poder judicial, mucho más demoledora y visible, con las consecuencias que ello tiene en el ámbito de lo simbólico, que es donde el independentismo cree que tiene más fuerzas y más capacidad de persuasión, dentro y fuera de España.
En cambio, las amenazas del otro bando han resultado bastante poco consistentes; por suerte, debo decir. La declaración de la república, llena de vacilaciones y amagos, ha acabado siendo un fracaso que ni siquiera puede dejar satisfechos a los propios independentistas, que se ven obligados a conformarse con una fantasía Matrix de país virtual y efímero. El acatamiento del artículo 155 parece general y la desobediencia civil masiva ha sido afortunadamente descartada de momento, a pesar de algunas llamadas poco tenaces a la defensa de la república.
Hay que admitir, en ese sentido, que la lógica subversiva del gobierno catalán se ha encauzado finalmente bajo una mínima sensatez ante lo imposible de sus objetivos, salvo en el caso estrambótico de Puigdemont, cuyo comportamiento empieza a ser involuntariamente paródico. El precio, como sabemos, ha sido el sacrificio de un grupo de héroes nacionales con vocación martirológica. Sin embargo, visto el balance actual del pulso entre Cataluña y España, cabría preguntarse si ha valido la pena para el propio independentismo acercarse tanto al precipicio. ¿Era necesario llegar hasta el extremo de la DUI? Los consellers que no han huido han asumido con masoquismo patriótico su expiación, pero el resultado global de su estrategia no parece justificar ahora mismo ninguna euforia por el futuro. Traicionados por su ansiedad irrefrenable y la de sus masas impacientes, han apostado fuerte sin tener las mejores cartas y ahora están atascados en un bucle ante el que no es fácil la salida ideológica, aunque ya sabemos que muchas veces el independentismo se ha autocorregido ya, y que la apelación a las pasiones colectivas siempre ayuda. Pero el desgaste ha sido enorme. Para ellos y para todos.
El caso es que el independentismo prometió mucho pero está otra vez donde estaba hace dos años, con la variante de los presos, la huida de empresas y, eso es cierto, con mayor visibilidad internacional (creo que sí es importante que el New York Times publicara un artículo de Junqueras, y quizá eso podría relacionarse con lo que a mí siempre me pareció un apoyo muy débil de Trump a Rajoy en su reciente encuentro). Pero con vistas a las elecciones del 21 de diciembre, el escenario no invita al optimismo, y tampoco para el gobierno español. ¿Habrá, por fin, algo de realismo, o empezaremos otra vez el mismo camino de Día de la Marmota? ¿Otra vez plebiscito? ¿Otra vez "mandato democrático"? ¿Otra declaración de la república, o la misma, o una nueva con suplemento, o la de repuesto? ¿Y después qué, otra vez el 155? ¿Quién puede aguantar otro año así?

Hemos ganado algo de tiempo para un repliegue estratégico de todos los bandos y una posible, que no segura, racionalización de las decisiones, pero todo apunta a que el próximo Parlament sera parecido al anterior. Eso significa que el tema va para largo. El primer ciclo se ha cerrado, y las víctimas son evidentes. Algunos -los políticos encarcelados-, en alto grado; otros –los ciudadanos normales- en grado menor. No veo a los ganadores por ninguna parte.